martes, 12 de mayo de 2020

Amuletos



En mi casa he contabilizado tres Nazar, varias conchas y piedras que he ido recogiendo en Caminos aquí y allá, un palo, una rama grafiteada de plata del arce japonés que me cobijó una temporada y un ramo de margaritas, hoy secas, pero que yo sigo viendo de un naranja brillante… Hoy me doy cuenta del gran valor -que no del precio- de esos objetos, porque son talismanes que me calman, hacen que me sienta a salvo, que al verlos pueda gritar, como en el pilla pilla: “¡Casa!” y salvarme de ser pillada así, sin más. Sencillo como un juego infantil, pero poderoso como un recuerdo acogedor y sedante. 

El simple hecho de fijar la mirada en algún objeto ayuda por sí mismo a que la mente se detenga un momento, a que pare el ruido mental y a que baje el ritmo cardíaco. Es una útil técnica de relajación. A mí mirar el centro de un Nazar me lleva a mares y a bosques, serena mi mente y me llena de energía. Lo miro y el objeto me devuelve la mirada y no sé si será una especie de autosugestión, pero me calma. Y quizá ese sea el gran valor de este amuleto tan extendido en el Mundo, quizá por ese poder hipnótico sea tan numeroso su uso. 

Habrá quien sienta algo parecido con los símbolos de sus religiones o de sus dioses, tan numerosos y variados como seres humanos hay en el Planeta. ¡Bienvenidos sean todos los amuletos del Mundo!, todo aquello que nos propicie algún bien, que nos de seguridad y nos serene. Porque ese efecto anestésico y analgésico es ahora más que nunca necesario. Coger una piedra o un palo y sentir que ya no me pillan, que se la queda ahora el virus, pero que yo ya tengo salvoconducto y ya he hecho el conjuro: “¡¡¡CASA!!!”

El Abrazo

Mi paseo de ayer tenía como destino esta escultura de Juan Genovés, reproducción de su pintura “El abrazo” y homenaje a los Abogados d...