El “¡Arriba
Niñas!” nos ha fabricado alas y garras a quienes lo gritamos a diario
desde hace días y ha conseguido despertar todo el poder que latía dormido en
nuestros corazones... Desde que lo escuché la primera vez resuena en mi cabeza
como el eco de una melodía machacona que se repite hasta el infinito y que,
lejos de cansarme, me infunde valor y alegría. Hace un calor infernal en este
cuartucho pero un escalofrío recorre mi cuerpo, desde la nuca hasta la planta
de los pies, erizando todos los poros de mi piel. Me excita pensar en la fuerza
de estas dos palabras y en su significado: es el combustible de un motor que
pondrá en marcha una maquinaria perfecta: una revuelta en la fábrica ante las
injusticias que llevamos tiempo soportando y que no podemos permitir, que vamos
a parar, porque somos muchas, porque todas vamos a una y porque somos “la alegría del pueblo” pero también “el terror de las autoridades”[1],
como muy bien nos han definido periodistas y escritores.
La primera vez
que lo escuché fue hace dos días alrededor de mi mesa de trabajo en la fábrica.
En el taller donde trabajo desde hace años se nos divide por partidos, grupos de cien mujeres con el
mismo trabajo a realizar y, a cargo de organizar cada partido, una maestra. Cada
mujer tiene su mesa asignada en función de su trabajo, que compartirá con otras
cinco mujeres. En mi mesa se lían cigarrillos y, a veces, “liamos el niño”: los
puros que como oro en paño tienen los jefes. Ahora vamos a liarla pero bien...
La maestra de mi partido es Luisa Sánchez, “La Grande”. El suelo
retumba a su paso y todas notamos su cercanía varios metros antes de que se
acerque. A pesar de encontrarnos en un edificio relativamente nuevo –se
construyó en 1790- parece que el suelo va a ceder a su paso, que las vigas no
aguantarán tantos kilos de carne a los que se une el empuje de un pisar con
semejante garbo. Es el ejemplo vivo de la palabra poderío, de ahí su mote. Vigila
que el trabajo se haga bien y, sobre todo, ayuda a las que necesitan una mano.
Su labor es coordinar y enseñar, por eso lo de “maestra”, cargo que lleva con
orgullo y de la que es digna poseedora. Pero ahora tiene una labor más
importante aún: alentar mesa por mesa, niña por niña, esta revuelta. Las cien
mujeres que estamos bajo su paseo rutinario por esta enorme planta segunda
hemos escuchado insitentemente ese "¡Arriba Niñas!" como un auténtico grito de guerra y como un soplo de aire fresco en este calor sofocante de la fábrica, unido a
proclamas del tipo: “¡El trabajador se
arrastra y muere y es necesario que se levante y Viva!”[2].
Y
con esas simples palabras, ¡Arriba, Levantarse, Vivir!, nos hemos sentido parte
de algo más grande que nosotras mismas. Es la fuerza que da luchar, pelear y
tomar partido hasta mancharse por lo que es Justo. Esto no ha hecho más que comenzar...
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
[1] Benito Pérez Galdós: “Las cigarreras de Madrid son la alegría
del pueblo y el terror de las autoridades”.
[2] Del
discurso de Guillermina Rojas y Orgis
en un mitin republicano en el Circo Price de Madrid el 15 de octubre de 1871.
Primera mujer activista de La Internacional española. En Madrid abre un centro
para la educación de las mujeres trabajadoras.